Carmen Ramona Camero

• General Notes
  • Hizo vida marital, jovencita, con un hombre honesto y trabajador: Manuel Díaz González. Vivían en Carutico, a orillas del Unare, donde fundaron un hato. Allí tuvieron cuatro hijos. Esta unión duró hasta el 18 de septiembre de 1.918, fecha en que falleció Manuel Díaz, víctima de una angina de pecho.
    
    Trasladada a Clarines, Doña Carmen Ramona se dedicó a criar a sus hijos, una tarea siempre ardua para una mujer sola. Ocupa la casa de paredes de bahareque y techo de paja de la calle Bolívar, vecina a la casa de los Armas Alfonzo, que les dejó por herencia su madre. Del hato que fomentó en Carutico, la familia del que hasta ayer fue su marido, no le permitió sacar ni un cochino, ni un becerro, ni una gallina del patio. Y, fomentando esos intereses, había trabajado duro, de sol a sol, durante casi doce años!. "Con la ayuda de Dios" - decía. Y con esa ayuda le hizo frente a la situación.
    
    Del aprendizaje que hizo en casa de doña Gertrudiz Sifontes de García, donde nació y se crió hasta el día en que salió a convivir con Manuel Díaz, nunca llegó a imaginarse que iba a depender su futuro, pero así sucedió.
    
    Las familias campesinas de los caseríos mas cercanos, asi como algunos vecinos de Clarines que tenían conocimiento de sus habilidades, le traian costuras para que las hiciera. Ese fue el comienzo, pues terminó logrando una extensa clientela. Muchas de esas personas que venían de los campos pagaban sus trabajos con huevos de gallina, pollos, maíz, frijoles u otros granos. Esa era una costumbre tradicional que mucho favorecía tanto a una parte como a la otra.
    
    Poco a poco doña Carmen Ramona fue desarrollando otras actividades, hasta llegar a ser una persona muy vaiosa en aquella comunidad.Tejía chinchorros y hamacas, o escarpines, hacía chinelas - la zapatilla confeccionada con drill y suela - que tanto se usó en los hogares del Oriente Venezolano durante el siglo XIX y parte del XX. Y no solo eran las chinelas, sino las alpargatas hechas por encargo, en cuya tarea también trabajaron sus hijos. El tejido de las capelladas, adornadas con estambre, era una verdadera obra de filigrana y como el trabajo en general era de calidad, las alpargatas que salían de sus manos y de las de sus hijos, lograban siempre muy buenos precios.
    
    Doña Carmen Ramona Camero tenía viviendo en esa casa como ocho o nueve años, cuando se presentó un día un hombre alto, aindiado y de bigotes, poco simpático y de andar desgalichado. Dijo que era de Pirítu, que se llamaba Gil Arcia, y que venía siempre a Clarines para vender las alpargatas que él mismo hacía, y las mostró. En realidad eran buenas, confeccionadas por un buen artesano, pero podían ser mejores, y doña Carmen se lo dijo. El hombre, que sabía escuchar, se sorprendió. Y así, con el transcurso de los días y los meses, se estableció entre esta familia y Gil Arcia una relación, que al comienzo fue puramente laboral, de trabajo.
    
    La pareja que tiene que verse diariamente, cara a cara, por razones que sólo el destino conoce, terminan encontrándose, aunque no se busquen. Gil Arcia fue el padre de sus últimos cuatro hijos, nacido el mas pequeño en Píritu, donde se había trasladado la familia.