Lucia Livee

• General Notes
  • Los Taza, de origen Africano, descendientes de esclavos, formaban una de las más antiguas familias de Clarines. Entre ellos se conservaba la tradición de que sus antepasados trabajaron en la construcción de la iglesia, como obreros.
    
    La familia Taza Livee ocupaba una casa grande, alta, de paredes de bahareque, de dos habitaciones, techada de paja, que poseían en la calle Bolívar a dos cuadras de la entrada del viejo camino real de Píritu. En el patio de esa casa, un poco más allá de la cocina, tenían la chivera. De la cría de chivos y gallinas vivían, sino con holgura, por lo menos con dignidad.
    
    Cuantas veces presenciamos los Armas Alfonso, sus vecinos, todos muchachos para aquel tiempo ya lejano, la solícita ternura con que doña Gertrudis Taza, con un trapo amarrado en la cabeza y aquellos largos vestidos que le llegaban hasta los tobillos, agachada en medio del corral, atendía a dos o tres chivitos que acababan de nacer!. Si el trato que ellas daban a los animales era cuidadoso, el que recibíamos los menores que las visitábamos era desbordante de afectos. Amables y obsequiosas, sencillas y humildes, era una familia muy apreciada por todo Clarines.
    
    Todos los integrantes de esta familia fueron de vida longeva. Doña Lucía Livee vivió 115 años. Durante los años finales de su vida no hablaba. El pelo de puro blanco, pasó a ser amarillo. Sus hijas la sacaban diariamente del cuarto, en un sillón, para que tomara el sol de la mañana en el angosto espacio que quedaba entre la casa y la cocina. Allí, en ese patiecito, bajo la escasa sombra que le daban las ramas de un arbusto de resedá, la vimos muchas veces. Parecía una ciruela pasa. Su aspecto era impresionante!.
    
    Nosotros visitábamos con frecuencia esta familia y ese hecho nos permitía observar sus costumbres, así como el comportamiento que mantenían con sus vecinos u otros miembros de la comunidad. En realidad actuaban con la prudencia y sabiduría que solo da la experiencia y una larga vida. Mantenían trato constante con familias de la más alta posición social en el Clarines de aquel tiempo: Doña Rosaura Domínguez, esposa de Don Manuel García Ramírez, Doña Candelaria Álvarez, esposa de Don Julián Alfonso, y a Don Plácido Gutiérrez Rojas y su esposa Doña Susana Alfonzo, familia que ocupaba la casa de esquina que fue de la familia Villalba Roblis, donde tenían la farmacia, precisamente, frente a la casa de Don Julián Alfonzo. “Gente de la clase media trae cuentos”, decían las Taza, y como no trataban a todo el mundo las llamaban negras pretenciosas. Lo decían también porque jamás tuteaban a nadie. A todo el mundo trataban de usted.
    
    Temerosas de Dios, creyentes y devotas, eran las mejores rezanderas de todo Clarines. Era también una familia muy pobre. Sin embargo, poseían buenos manteles, alguna cristalería y cubiertos de plata, que solo usaban “cuando recibían visitas de gente grande” - como ellas mismas decían - . Su vajilla, mejor dicho, sus utensilios de diario uso eran de una pobreza suma: unas totumitas, unos platos de peltre y cubiertos, que no se mezclaban. Cada una tenía los suyos y al utilizarlos debía lavarlos y colocarlos en determinado sitio, para evitar la posibilidad de que se confundieran. Todas estas precauciones tenían, por supuesto, su objeto: eran medidas higiénicas, tal vez extremas, pero ellas las consideraban necesarias para conservar la salud. Cuantas veces nos hemos preguntado: a la longevidad ¿Contribuiría la alimentación?. El único recurso que tenían a la mano y que nunca les faltó era la leche de sus cabras o chivas, que ordeñaban diariamente al amanecer.
    
    Rafael Armas Alfonzo